martes, 13 de diciembre de 2011

Conejo asado al sarmiento.

Sí, amigos, sí. Después de meses sin saber nada de él, por fin, le pegamos al conejo, al oryctolagus cuniculus. Este inquieto roedor, popularmente conocido por su capacidad reproductiva, es también famoso porque tiene a bien tocarle los cojones al hombre, el homo sapiens (se supone), zampándose sus cosechas. En Australia provocó casi el mismo pánico que el ataque japonés a Pearl Harbor. Pero... ¿acaso es tan malo este simpático animal? Es de suponer que no, por eso, para demostrar las virtudes de este gracioso y entrañable roedor, decidimos rendirles este pequeño homenaje, que, al mismo tiempo, fue nuestro homenaje.
Pero, antes de nada, como siempre, el tiempo.
  • Nubosidad variable, con cada vez mayor incidencia de nubes conforme avanzó el día, aunque sin llegar a estar ciegamente cubierto en ningún momento. Temperaturas más o menos suaves para la fecha en que vivimos. Ni rastro de lluvia.
Después de la aventura por Logroño, la Cuadrilla regresó al humilde y cálido hogar del Refectorio. Esta noche le tocaba organizarlo todo al Cofrade Aitor, el ecónomo de la Cuadrilla, y nos propuso, como ya se ha dicho en el encabezado, un asado al sarmiento de conejo.

La vuelta al hogar de la Cuadrilla tras la penosa aventura por Logroño coincidió con el inicio de la campaña navideña. Observen, amigos que nos seguís desde todos los rincones del mundo, qué bonita estampa. La estrella fugaz que deja en el firmamento villametrense un luminoso haz de luz indicando el camino a seguir. Dentro, en el Refectorio, se nos arrasaron los ojos al escuchar el dulce crepitar de los sarmientos en la chimenea. Qué estampas amigos, qué estampas. Un poco más y montamos un belén viviente.
Pero dejémonos de melonadas navideñas, vayamos al grano. Resulta que el cofrade Aitor, además de ecónomo es el Maestro de las ensaladas, por lo que dejó los menesteres del asado a Javi y se puso manos a la obra con el verde.
Hoja por hoja, Aitor cuida que la ensalada esté en perfecto estado antes y después de entrar en la centrifugadora. Entre tanto, a apenas un metro, los desdichados animales ya están en la parrilla esperando su turno. Las dos gavillas son ahora energía convertida en ascuas, todo está listo para iniciar el asado.
Observen las dos fotos siguientes. Un precioso plano de la ensalada y una segunda imagen que habla claro del nerviosismo patente en el Refectorio, y es que, poco a poco, las papilas gustativas de los Cofrades empezaban a segregar más y más saliva. El hambre iba haciando cada vez más grande la oquedad del estómago, provocando sonidos gastrointestinales de fácil traducción. De ahí que se recurriera al Plan B del aceite.
No pierdan detalle de la imagen, y no piensen que el Plan B es un mal menor, se equivocarían flagrantemente. El aceite de oliva es un manjar tomado así, en barquitos. Mientras al conejo se le tornaba el color por el efecto de las brasas, los cofrades se deleitaban con estas exquisitas tapas de aceite virgen extra de oliva autóctona, empeltre, para más señas, y con una estupenda base de pan candeal.
Atención amigos porque llegamos al minuto de oro de la noche. Presten atención al chisterazo, y es que cuando el dorado de los conejos empezó a ser ya escandolosamente atractivo, Javi se sacó de la manga esta pócima mágica. El fotógrafo, habitualmente despistado captó la secuencia en tres o cuatro imágenes, obsérvenlas y luego las comentamos.


Pues ya lo ven, el Maestro asalari cogió un cáliz y vertió en su interior el delicioso zumo de empeltre virgen extra. Después echó ajos picados y varias yerbas (no podemos saber cuáles pues el Maestro nos pidió cerrar los ojos), y seguidamente le dio vueltas. El resultado ya lo conocen, sí amigos, sí, son los Santos Óleos, con los que después ungió los conejos. Como diría mi amigo Foncu, ¡qué arte! (con acento gaditano, del Puerto).
Viendo estas dos fotos de la parte superior... ¿qué necesidad tiene uno de seguir escribiendo?, ¿verdad? Qué maravilla ver al Maestro en acción, ver cómo unge (qué verbo amigos, y qué bien se conjuga). Es una pena que no puedan percibir el aroma que desprendía la carne después de recibir los Santos Sacramentos. ¡Cómo puede haber gente que no crea en los Milagros!
Y de la parrilla a la mesa, cómo no, en algo que ya va siendo Santo y Seña de la Cuadrilla, la bandeja de los cosques, toda una clásica de nuestras cenas. El anti-glamur puesto al servicio del bien y de la buena mesa. Ah, y no se vayan, todavía hay más, otro clásico...
Por supuesto que nos estamos refiriendo a los platos de duralex, qué buenos, y además de los transparentes de toda la vida. ¿Para cuándo los platos verdes o ámbar? No se sabe, recuerden que es precisamente la austeridad lo que rige la vida en el Refectorio.

Todo listo, así comenzó la cena del pasado viernes nueve de diciembre. No ponemos escenas explícitas de fagocitación porque hemos recibido varias denuncias de padres y madres escandalizados, y es que parece ser que los niños leen nuestro blog y afirman con absoluto descaro que de mayores quieren ser de la Cuadrilla, incluso algunos, los más abducidos por el blog, aspiran a pertenecer a la CÁTEDRA. En fin, a dónde vamos a llegar. Qué chavales, esto es la hostia, amigos.
Javi saluda a los ciberamigos de la Cuadrilla, también a los niños, y les pide que tengan paciencia, y que para aprender a hacer los Santos Óleos, primero, antes que nada, hay que plantar olivos (Gerardo dixit).

Nuria, Marina y Mita tuvieron cena en el Refectorio contiguo, el del tío Ignacio, y aprovecharon para hacernos una visita. Nuria, asidua cibervisitante del blog y una de nuestras más inflexibles censoras (recuerden sus correcciones y apuntes en la cena de la CÁTEDRA), nos dio el visto bueno. Mita se quejó de que no fuimos muy atentos con ellas. Le dio un ataque de risa porque decía que las estábamos ninguneando. Por favor, Mita, ¿cómo puedes pensar eso?
Bueno, y esta es la crónica de la primera cena de diciembre. Después bajamos al Azalea y alguien nos dijo que nuestro aliento tiraba para atrás, y, a juzgar por la dosis de ajoaceite con la que rociamos a los conejos, no le debía faltar razón.
Luna llena, noche ideal para la licantropía, pero lo nuestro no es ir por ahí aullando como si fuéramos lobos esteparios. Nos limitamos a celebrar el plenilunio apoyados en la barra del bar y departiendo con la gente más aguerrida y dura, o con aquellos cuya congestión nasal era más acentuada, en definitiva, con todo aquel que fue capaz de soportar nuestro aliento.

Estáis todos bendecidos, caros amigos.

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