martes, 7 de febrero de 2012

La gran réplica de la CÁTEDRA

Queridos amigos que nos seguís desde los puntos más recónditos del mundo, la cena del pasado viernes fue sin duda uno de las más emocinantes de las vividas (y bebidas) por la Cuadrilla de los Viernes desde su fundación. Entre agitada y nerviosa, la Cuadrilla acudió a la invitación que desde hacía más de una semana había recibido por parte de la CÁTEDRA.
Fue una noche gloriosa, como no podía ser de otra manera, disfrutamos de la comida, de la bebida y, por supuesto, de la compañía. Pero no nos precipitemos, primero, como siempre, el tiempo.
  • Mañana normal de frío, de invierno, a pesar del alarmismo con el que la televisión trató el tema. No nevó en cotas tan bajas como decían, y apenas llovió. Había caido algo de nieve por Moncalvillo, pero nada del otro viernes, y algo similar se puede decir de Sierra de Cantabria. Cuatro copos para encanecer la melena del León Dormido, y poco más.
Pasemos ya a la crónica. La Cuadrilla se citó en el Azalea, desde donde esperábamos expectantes la llegada de las diez de la noche, hora a la que habíamos sido citados. Sin embargo, a eso de las nueve y media recibimos una llamada en la que se nos apremiaba para pasar cuanto antes por el Rectorado, y así, con una agitación difícil del describir nos pusimos en marcha. Por supuesto que antes de llamar a la puerta hicimos un breve repaso a nuestros cabellos, que fueron mesados con el mayor decoro posible, a la vez que nos aseguramos de que todas las camisetas fueran por dentro del pantalón.

Fue el Catedrático Reinares quien nos abrió la puerta y relajó como siempre la tensión: "qué pasa chavales, venga, dejaros de chorradas y entrad a tomar un vino".
Y allí estaba la CÁTEDRA al completo. Antes de entrar en Refectorio fuimos agasajados con un aperitivo en la Sala Rectoral, junto a la Bodega. Vean al Catedrático Reinares cómo escanciaba vino de la botella de Felipe II, ni más ni menos que un azumbre, motivo por el cual esa botella ha de ser manejada con magisterio y dominio, algo que percibimos al instante y que nos causó admiración. Admiración que, todo hay que decirlo, no exteriorizamos en ese momento.
Observen cómo se apreciaba todavía cierta rigidez, pero pronto, los vapores del choricillo y los del vino, fueron relajando las posturas, los gestos y hasta el discurso, pasando a lo largo de la noche, de comedido a encomiástico. Pero no adelantemos acontecimientos, sigamos la crónica con arreglo a su orden cronológico.
Qué emoción, cuánta dicha, amigos. Nosotros no sabíamos para qué servían esos panes pinchados en palillos del cestaño. El rubor, la intimidación y la modestia nos impidieron preguntar para qué tanto pan. Al final nuestro silencio tuvo su premio en forma de respuesta, pues, de pronto, uno de los Catedráticos apareció con una cazuela de barro llena de choricillo a la sidra. La alegría llegó a los estómagos que agradecidos demandaban más vino. Qué momento, amigos y qué vino.
Aquí tienen al Catedrático Muro haciendo una exhibición de uso y aprovechamiento de los panes con palillo, fue muy esclarecedor, a la par que divulgativo. Cuánto magisterio atesora esta gente.
Observen el estado de la mesa que ocupó el centro de la Sala Rectoral. Como verán, los vasos se ponían tristes por momentos, y en seguida, el Catedrático Reinares los llenaba de alegría con la botella de azumbre Felipe II.

 El vino de la cena pertenecía a la llamada Cuba Republicana, que en la imagen aparece tocada por la constitucional bandera tricolor. Una vez más la cata supuso otra clase magistral por parte de la CÁTEDRA. Así, el Catedrático Reinares nos enseñó a apreciar el olor a tahona de ese magnífico vino que el Catedrático García cría con tanto mimo en su Bodega. Bebiendo y oliendo el delicado néctar, nos teletransportamos a la panadería de la Victorina y a la del señor Eliseo Lázaro, ambas, colindantes a la bodega de García. El ejercicio eno-evocativo (toma palabreja) nos llevó a percibir con nitidez la panadería de la Victorina, oler su honrado pan y su leña, incluso quisimos ver a todos los Lopez de Calle Lapuente compartiendo mesa y mantel al fondo a la derecha mientras entrábamos a comprar pan. En fin, ríanse ustedes de la magdalena de Proust y de los siete tomos de su búsqueda del tiempo perdido. Ríanse también del ácido lisérgico, lo nuestro sí que fue un viaje. Increíble, amigos, increíble. Movidos por la emoción y desinhibidos de la tensión inicial, uno de los cofrades gritó emocionado, ¡Viva el Vino! ¡VIVA! Coreó el resto de la parroquia.

Ni que decir tiene que a ese "viva el vino" inicial siguieron muchos vivas y muchos más vinos y más risas, hasta que se agotó el choricillo y todas las viandas del aperitivo. Fue el momento de entrar Refectorio Rectoral, allí nos sentamos siguiendo las órdenes protocolarias de la CÁTEDRA, "vosotros al fondo", pues nada, dicho y hecho.  Como niños que se hacen una foto en el Manzanares, el Bernabéu, el Camp Nou o San Mamés, así posamos nosotros momentos antes de iniciar la cena. Estábamos en el Refectorio del Rectorado.
Como verán a la mesa no le faltaba detalle. Gran puesta en escena, simetría, colorido, en fin, arte sur la table.
Antes de iniciar la degustación de los alimentos, se bendijo la mesa siguiendo los preceptos cluniacenses, con el rito romano, aunque en versión bilingüe, más acorde con los tiempos que corren. Decir que la ceremonia de acción de gracias se celebró con recogimiento y contrición, y que hubo encendidos aplausos tras el "edere potestis".
Las cosas quedaron claritas desde el principio. Cuando nos echamos a la boca estos manjares es cierto que notábamos un placer especial, diferente. Fue entonces cuando, sin grandes ínfulas, sin ninguna inflexión de voz, la CÁTEDRA nos aclaró que las anchoas habían sido adquiridas en Santoña ex profeso para la ocasión. Queridos amigos, "se nos tornaba la color". Entonces, alguien de la Cuadrilla sugirió que las olivas quizá fueran de Valsalao, y otra vez la CÁTEDRA nos puso los pies en la tierra, al aclarar que esas olivas eran del término de La Fuentecilla, en fin..., nunca llegaremos a su altura.
Espárrago EN, o sea, Espárrago de Navarra. Menudos dildos, colegas, imposible no recordar la canción de Semen-Up, y ese exquisito manjar que pusimos en nuestras bocas. Bueno, y qué decir del jamón en tacos, sí señor, con dos cojones, dando ese toque vintage a la mesa. En fin, un verdadero derroche de medios y una auténtica demostración de sabiduría.
Cuánta ciencia atesora la CÁTEDRA, nos decíamos unos a otros sin ocultar nuestra admiración.
El ambiente en la mesa cada vez era más distendido, además del vino, grandísimo desinhibidor, contábamos con la confianza que la CÁTEDRA nos concedía. Surgieron muchas conversaciones, todas ellas de gran interés para nosotros, cada una de las intervenciones de los Catedráticos era para la Cuadrilla una auténtica Conferencia.
Entre el anecdotario, creo que recordar que se citó a "la Funeraria", una emblemática bicicleta de hierro, auténtico icono de la siderurgia vasca. Así era "la Funeraria", 14 kilos con ruedas con los que el Catedrático Muro ganó una carrera que consistía en subir a las bodegas a pedales y bajar corriendo la cuesta con la bici al hombro. Quien lea este blog y haya disfrutado de las ventajas del Plan Marshall en la escuela (queso, leche en polvo, etc.), probablemente sepa de qué hablo.
Y llegó el chisterazo de la CÁTEDRA, amigos, los pimientos rellenos, pero, ojo, no unos simples pimientos de piquillo rellenos de carne, no, no, son los célebres pimientos rellenos del Restaurante Vista Alegre, fundado en Villamediana en el año 1964. De nuevo, el rescate de esta deliciosa receta nos llevó a la evocación. Miren aquí debajo, amigos:
De izquierda a derecha, MariCruz, Pili, Matilde, la tía Amelia y Aurora, es decir, la CÁTEDRA elevada al cubo.
Esto que ven es algo más que una foto, es mucho más, es un tributo. Es un homenaje a estas mujeres que durante años trabajaron en el Bodegón, y con mucho esfuerzo y no menos ciencia, levantaron y prestigiaron su negocio. Cuando no existía la deconstrucción, ni la esferización ni se usaba el nitrógeno líquido, estas mujeres se dedicaban a hacer felices a los paladares y a los estómagos de la gente con manjares menos sofisticados, pero sin duda más auténticos. Los pimientos rellenos que comimos fueron hechos a partir de una receta suya. Un besazo de la Cuadrilla para todas ellas, para las que están y para las que se fueron.
Consumidos los pimientos ya sólo nos quedaba seguir sonriendo. Juan, nuestro verso suelto (de Arte Mayor y con rima consonante), brindó por todos ustedes, queridos ciberamigos.
También los Catedráticos Muro y Reinares brindaron por la alegría, por la amistad y por la incombustible risa celebratoria. Vaya clase que tienen, amigos.

Había llegado el momento de los postres y  la CÁTEDRA quiso sorprendernos. Y como era de esperar, no sólo que nos sorprendieron, sino que también nos híper-asombraron. Menudo número, amigos. No hay imágenes de la performance completa, pero ahí va el relato:
Algo tenían oculto en la Sala Rectoral, y por otro lado, algo se traían entre manos con el microondas. No vamos ahora a entrar en detalles sobre la supuesta falta de pericia de los Catedráticos con este electrodoméstico, pero lo cierto es que estuvieron ahí dándole vueltas al aparato y nosotros sin saber qué se cocía allí dentro.
Otra foto que viene a ilustrar lo mal que a nuestros Anfitriones se les dio el dichoso artilugio de las ondas. Unos se cruzaban de brazos, otros se preguntaban si habían activado el gratinado, otros miraban al cielo y a alguno le daba ya la risa nerviosa. En fin, son humanos.

Sin embargo, el punto álgido de la performance estaba por llegar. En un momento dado, cuando parecía que el microondas estaba ya por fin dominado, aparecieron por ahí unas bandejas llenas de fruta, pero atención, no de cualquier modo. Lo que los Cofrades tuvimos oportunidad de ver con nuestros propios ojos, fue una demostración doble: primero, la habilidad para irrumpir en el Refectorio literalmente volando y con una bandeja llena de frutas, y segundo, la resistencia de la CÁTEDRA y de la vajilla de la CÁTEDRA a los golpes.

Sí, sí, es verdad, ya hemos dicho que son humanos, grandes sabios de probada erudición, pero al fin y a la postre (sobre todo al postre) humanos. Las frutas acabaron justo en el otro extremo del Refectorio, donde el Catedrático que se tropezó detuvo su vuelo.
Claro, ante tal exhibición, nosotros no sabíamos muy bien cómo reaccionar, piensen que estábamos con la CÁTEDRA, y si algo nos infunde es respeto y admiración. Sin embargo, dado que no aplaudimos, pensamos que lo mejor sería reirnos con moderación. Pero el problema que se nos planteó fue precisamente ese, ¿cómo moderar nuestra incontinente hilaridad?
Ni siquiera el Cofrade Chuma, distinguido por su mesura y contención expresivas, fue capaz de contener la risa. Fausti, siempre respetuoso, lo intentó al principo forzando el gesto o girando el rostro.
 El Cofrade Luezas estalló en una carcajada, mientras el Cofrade Pedro parece que incluso llega al llanto.
La performance acabó cuando el Catedrático Muro pidió una ovación para la CÁTEDRA, que por supuesto fue encendida y cerrada.
Qué magnífico show amigos. Definitivamente era un jour de gloire en toda regla. Un viernes sí más jubilar que nunca.
Pero no nos distraigamos, que hablar de la CÁTEDRA es siempre hablar de palabras mayores, de ahí que se escriban con mayúsculas todas sus letras. Porque estos sabios nos dejaron alucinados con el último chisterazo culinario de la noche, el del chocolate suizo con nuez moscada y.... no pudimos saber más porque, y en esto llevan razón, no podemos aprenderlo todo en una noche. El Catedrático Muro nos dijo que estaba bien que nos empacháramos de comida o que bebiéramos vino a espuertas, pero que aprender tanto de golpe en una sola noche puede resultar indigesto para el cerebro, provocar inteferencias  y resultar más nefasto que cien resacas juntas. Así que nos quedamos con las ganas de saber qué llevaba ese chocolate fundido y caliente.
Al principio no entendíamos muy bien para qué nos daban esos palillos largos y afilados. Observen el brillo del chocolate. Qué delicioso que estaba, amigos.

Hacía tiempo que a alguno de nosotros no nos decían que nos limpiáramos el morro. Amigos, qué manera más placentera de enguarrarnos con chocolate, qué bigotes y qué perillas.
Para colmo de bienes nos deslumbraron con esta bandeja llena de roscos de San Blas, pues, no en vano, la cena comenzó el 3 de febrero. Y es que a esta gente de la CÁTEDRA no les fató un detalle, madre mía, qué dominio del santoral, qué MAESTROS.

Así, ungiendo los rocos de San Blas en los restos del chocolate y apurando la penúltima botella, concluyó una cena memorable. Se acordó celebrar un par encuentros como este al año. Probablemente el siguiente tenga lugar a finales de mayo o primeros de junio. Para nosotros, la verdad, pocas cosas despiertan más emoción que cenar con la CÁTEDRA en pleno.
La noche se fue dilatando por esos bares de dios, Azalea y Arizona. Para la posteridad queda esta foto tomada por Ramón en el Azalea:
No sé si es fácil de entender, quizá tampoco sea la expresión adecuada, pero con estas reuniones de Maestros y alumnos (si nos lo permiten, a pesar de la inmodestia) aventajados, "hacemos pueblo", y eso, para quien lo entienda, vale mucho.

Estáis todos bendecidos, caros amigos.
Salud.

2 comentarios:

  1. Hoy voy a confesar que os sigo encandilada. Que me bebo las letras igual que vino de cuba republicana. Que me he emocionado en el blanco y negro a mitad de entrada.

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  2. Es que esa foto es histórica y había que rendir tributo, ¿no crees?
    Por cierto, mola la habitación carmesí.
    Gracias, Ana.
    Besos

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